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Los monos y yo: experiencias de una bióloga de campo

Romina estudia -y aprende- de los monos aulladores y los murciélagos. Es madre de dos niños y dedica su vida a observar y cuidar la naturaleza. En el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, la investigadora del Conicet nos cuenta su historia y, con ella, descubrimos cómo las mujeres científicas cambian el mundo. Por Ana Lucía Vergara.

Romina Pavé es doctora en Ciencias Biológicas y forma parte del Laboratorio de Biodiversidad y Conservación de Tetrápodos del Instituto Nacional de Limnología (INALI)-CONICET en Santa Fe.  Además, integra la Asociación de Primatología Argentina y el Programa de Conservación de los Murciélagos de Argentina (PCMA). Actualmente investiga y recolecta datos para priorizar áreas para la conservación.

Origen de un amor

“Cuando vi la película Gorilas en la niebla, dije esto es lo que yo quiero hacer”. Romina recuerda que el filme, protagonizado por Sigourney Weaver, basado en la experiencia de la zoóloga estadounidense Dian Fossey con gorilas de montaña, marcó su vida. También dice que su decisión profesional está relacionada con las experiencias familiares en su infancia: animales en casa, idas a Córdoba, a la costa y un viaje a Las Cataratas del Iguazú en donde descubrió que era posible trabajar en lugares así.

Al principio creyó que iba a tener que estudiar veterinaria, aunque no le gustaba la sangre, después su hermana mayor -con la que comparte profesión- le habló de la carrera y a Romina no le quedaron dudas de que iba a ser licenciada en Biodiversidad. Ese fue el inicio de una vida de estudio en la naturaleza.

Este es mi mundo

Después de recibirse, Romina se enteró de un curso sobre primates en la Estación Biológica de Corrientes. Al poco tiempo, un profesor pedía asistentes de campo para su tesis doctoral en una isla en Chaco, en el límite entre Paraguay y Corrientes. Ella se anotó y encontró su lugar en el mundo. Después empezó a presentarse a becas del Conicet. “No ganaba las becas porque cuando estudiaba no le prestaba atención al promedio y eso es importante”, recuerda.

Insistió, sabía que el trabajo en campo con los monos era lo suyo. Después hizo una pasantía en Las Cataratas y, aunque le encantaba la selva, se dio cuenta de que prefería estudiar otra especie de monos: “Los monos carayá son tranquilos, podés estar horas mirándolos y aprendiendo de ellos, mientras que los monos caí, que son los que estudiaba en Misiones, son hiperactivos y tenés que andar corriéndolos”, expresa.

La tercera es la vencida. “Con la beca y subsidios obtenidos me compré un auto, un R12 de los 70, que lo llevamos con mi viejo a Corrientes. Porque yo tenía que ir de Chaco a Corrientes, ahí pasaba la mitad del mes. La Estación Biológica donde hice mi primer curso era mi lugar de trabajo. Ahora pienso que 10 años atrás era peligroso que una mujer anduviera sola, ahora me parece imposible”, reflexiona Romina.

La bióloga relata que los investigadores de experiencia eligen asistentes mujeres en el campo, algo que ella comparte. “Cuando estudias comportamiento, que tenés que estar 8, 10 o 12 horas, las mujeres somos más perseverantes, tolerantes a los bichos, más pacientes de seguir a los monos y escribir todo lo que hacen en una libreta”.

También cuenta que los monos reaccionaban distinto a la presencia masculina: si la acompañaba un varón le pedía que no use sombrero y que muestre el rostro. Los animales tienen memoria: niños con gomeras, perros, etcétera. La confianza se gana y es un premio.

“Estar trabajando con monos es increíble, te reconoces en los comportamientos, somos prácticamente iguales. Yo estudié las crías desde que nacen hasta que cumplen el año, vi cómo va cambiando la relación con la madre. Cuando tuve a mis hijos me di cuenta de que aprendí mucho de las madres monas: sobre la lactancia, cómo las crías no se animan a andar solas y cómo ellas saben cómo dejarlos”.

Decisiones de vida

En el último año del doctorado, Romina transitó su primer embarazo. A los 36 llegó su primogénito, el segundo a los 42. “Mi vida previa a ser madre es totalmente distinta. Yo agradezco que hasta los 35 no tuve hijos. Si querés trabajar en campo son años complicados, muy sacrificados para las madres que quieren continuar ascendiendo en el campo de la investigación. Por ahí digo estoy re grande ya, me canso, sobre todo con el chiquito -su hijo menor tiene un año y medio- pero no me arrepiento para nada”.

“Dediqué varios años de mi vida a lo que me encanta: estar sola en campo, siguiendo a los monos. Para mí el mejor premio es que te tengan confianza, que ellos te miren, se bajen del árbol, salgan caminando y sepan que yo los sigo. Yo disfruté mucho mi doctorado”.

Para Romina seguir trabajando con los monos en una beca postdoctoral, al mismo ritmo que lo venía haciendo, con un hijo pequeño, era muy complicado. Además debían mudarse a Corrientes, algo que no estaba en sus planes. Fue entonces que comenzó su labor en el Instituto Nacional de Limnología (INALI)-CONICET en Santa Fe, proceso difícil ya que significó disminuir las idas a campo y, en sus propias palabras, volverse una citadina.

“En el Laboratorio de Biodiversidad y Conservación de Tetrápodos se viene trabajando con áreas prioritarias para la conservación de distintos grupos de vertebrados, ya venían trabajando con reptiles y aves, entonces propusimos estudiar la diversidad y la distribución de los primates y de murciélagos también para priorizar áreas para la conservación teniendo en cuenta la ley de bosques nativos”.

Romina señala que empezó a estudiar los murciélagos junto a un amigo biólogo en el Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas «Prof. Antonio Serrano» el tiempo que estaba en Paraná mientras hacia su doctorado. Ahora, su idea es recolectar datos de campo ya que no existen muchos estudios en Entre Ríos que brinden detalles sobre las especies que habitan la zona y la situación en la que se encuentran.

Importancia de la conservación

Mala prensa y Drácula. “Los murciélagos son los únicos mamíferos que pueden volar, hay muchísimas especies en el mundo. En Argentina hay 67 especies, en Entre Ríos hay 21. Nos falta conocer mucho porque somos pocos los biólogos que los estudiamos: hay especies que viven en construcciones humanas, en edificios, en casas, entre los entretechos y hay otras especies que habitan los árboles. Las especies insectívoras consumen polillas, moscas, mosquitos, cada cual tiene una dieta más o menos variada. También hay murciélagos pescadores, que son anaranjados, grandes y se alimentan de mojarritas. Existen tres especies en el mundo que consumen sangre de animales y sólo una consume sangre de mamíferos. En las provincias del norte de Argentina, con climas más subtropicales hay, además de las especies insectívoras, especies que consumen néctar, polen o especies frugívoras”.

Respecto al miedo o asco a los murciélagos, la investigadora destaca: «es más fácil echarle la culpa a los animales cuando la cuestión es cómo el hombre hace uso de los recursos naturales y su intromisión en los ecosistemas. Los murciélagos van a seguir estando, ellos tienen su cuerpo preparado para alojar virus y no les pasa nada, el tema es lo que hacemos los humanos. Nosotros no nos hacemos cargo de nada. Los animales son importantes en las ciudades: comen un montón de insectos y probablemente habría más casos de enfermedades zoonóticas, como el dengue o el zika, si no hubiera murciélagos. Ellos, por noche, comen lo que pesan en insectos; tendríamos que pensar en eso y estar agradecidos”.

En este sentido, actúa el Programa de Conservación de los Murciélagos de Argentina, espacio que propone educar y dar a conocer la importancia de proteger estos animales y el modo de actuar frente a la presencia de uno en nuestros hogares. Romina es la delegada de Entre Ríos.

Actualmente, obtuvo un subsidio para estudiar los murciélagos en Jaaukanigás (humedal ubicado al norte de Santa Fe, declarado de interés internacional por el Convenio Ramsar). “Ahora hay que ver qué pasa con la pandemia, si nos dejan salir a capturar murciélagos para ver si aparecen especies nuevas para estas áreas. Principalmente mi trabajo está orientado en los murciélagos que comen frutos y esparcen las semillas o los polinizadores, que son los más importantes para la conservación de los bosques. Acá en nuestra zona son más bien insectívoros”.

Romina apunta a la conservación de especies claves para generar conciencia. “Por ejemplo, al proteger a los monos, se protege a los bosques y a todas las otras especies que viven en esos ambientes”.

Un 2020 marcado por el fuego

“Cada vez tenemos menos bosques con la sequía, la actividad agropecuaria y todas las quemas. En Corrientes, donde yo hice mi doctorado, se quemó gran parte del predio de la Estación Biológica y esos bosques van a tardar años en recuperarse y los monos necesitan hectáreas, necesitan relacionarse con otros grupos para reproducirse y evitar la endogamia. Cuando se queman los árboles se quema el refugio y alimento de muchos animales”, indica la bióloga.

Un año difícil y triste: “Se murieron monos que probablemente yo conocía. Te pones en la piel de esos animales sufriendo de estar en tu árbol y no poder huir porque se está quemando todo.  Encontraron esos monos en parchecitos de bosques, chiquitos, de 4 o 5 árboles, entonces todo se quema porque ahí no hay mucho sotobosque porque andan vacas y perros. Se quemaron los árboles, se quemaron los monos”, lamenta.

Más allá de los humanos

“Somos otra especie más que habita el planeta. No sé por qué todo tiene que estar en función de nosotros. Si la existencia de otra especie no nos favorece, parece que no tiene que existir, que no tiene importancia. Hay que desterrar esa imagen de los humanos como el centro de la Tierra, los únicos que nos merecemos vivir. La verdad es que si nosotros estamos acá es porque todo el resto de la naturaleza funciona bien. Bueno, ahora ya no, por suerte algunos se están dando cuenta de que estamos haciendo un mal uso de los ‘recursos’ naturales y que si seguimos así van a continuar las pandemias, los incendios y la destrucción”, expresa la investigadora.

Además, destaca que estamos lejos de respetar la existencia de algunas especies por el mero hecho de ser parte de los ecosistemas, por sus valores intrínsecos. “Estamos enajenados de la naturaleza, entonces cuesta ver cómo funciona, cómo las especies interactúan y los recursos que van utilizando. Todo es un equilibrio. Hay una falta de conocimiento y es vital que conservemos nuestros bosques, nuestra fauna nativa lo mejor que podamos. Ya tenemos problemas de agricultura, de urbanización y quemas, introducir especies exóticas no tiene sentido».

Disfrutar de lo esencial

Lo importante es cuidar a las generaciones futuras. “Tenemos que hacer hincapié en los niños y niñas, en una educación que promueva el respeto y no se trata de hablar solamente, se trata de que estén en contacto con la naturaleza, que vean animales silvestres, que vean cómo las aves interactúan con los árboles. Las actividades que surjan en el seno de la familia y la escuela tienen que ser novedosas y promover la experiencia.  No fue casualidad que yo sea bióloga de campo, tiene que ver con que yo vivía yendo a la costa y al campo con mi familia”.

Para Romina, la educación ambiental y la divulgación científica atraviesan distintos niveles. Por eso, ofrece charlas que van desde el jardín de infantes a espacios universitarios. Algo que también se propone desde el INALI: «Los científicos y científicas del Conicet investigamos para mejorar el ambiente y la sociedad, no se trata sólo de papers y hacer carrera, se trata de llegar a la gente, de generar conciencia», aclara.

De todo esto trata la cita que aparece al final de su correo electrónico: «Think about the consequences of what you do every day – what you eat, what you buy, where does it come from. Learn a bit more about all these things«. Dr. Jane Goodall, 2016. Algo así como una invitación a dejar de mirarse el ombligo.

🎧 En este audio, Romina cuenta una de sus experiencias con los monos aulladores:

 

11/02/2021

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