El 17 de junio se conmemora cada año el Día Mundial de Lucha Contra la Desertificación y la Sequía. Se trata de la fecha en la que se firmó, en 1994, la Convención de las Naciones Unidas para Combatir la Desertificación (CNULD), estableciéndose la lucha contra la desertificación como una prioridad global. A 30 años de aquella firma, la CNULD estableció como lema de esta edición Unidos por la tierra: Nuestro legado. Nuestro futuro y recordó, en un comunicado de prensa, que «cada segundo, se degrada un área de tierras sanas equivalente a cuatro campos de fútbol, lo que suma 100 millones de hectáreas cada año, una extensión del tamaño de Egipto».
La CNLUD es el único tratado internacional jurídicamente vinculante sobre la gestión de tierras y una de las tres Convenciones de Río junto con las de cambio climático y biodiversidad. La mayor conferencia de las Naciones Unidas sobre tierras y sequía (COP16 de la CNULD), se celebrará en Riad (Arabia Saudí) en diciembre de 2024.
Desde Fundación CAUCE: Cultura Ambiental – Causa Ecologista, en nuestro compromiso con el acompañamiento a productores agropecuarios hacia una transición agroecológica, compartimos información útil sobre lo que implica la desertificación, cómo impacta en la calidad de los alimentos y de qué manera podemos trabajar para revertir estas graves tendencias.
Qué es la desertificación
La desertificación es un proceso de degradación del suelo en áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, causado principalmente por actividades humanas. En Argentina, se considera desertificado un 70% del territorio nacional y entre sus causas se encuentran la deforestación, las prácticas de agricultura no sustentable, el cambio climático y los incendios forestales. Estas actividades reducen la cobertura vegetal, agotan los nutrientes del suelo y aumentan su vulnerabilidad a la erosión, convirtiendo tierras fértiles en terrenos áridos e improductivos.
Las consecuencias de la desertificación pueden ser devastadoras, incluyendo la pérdida de biodiversidad, la escasez de agua, la disminución de la productividad agrícola y la amenaza a la seguridad alimentaria. Además, puede provocar la migración forzada de comunidades afectadas en busca de condiciones de vida más sostenibles.
Actualmente, se estima que el sector agropecuario es responsable de hasta el 39 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, debido a la quema de residuos agrícolas, el uso de combustibles fósiles que generan dióxido de carbono (CO2), el uso de insumos potencialmente contaminantes como los fertilizantes nitrogenados que producen óxido nitroso (N2O), gas relacionado con el deterioro de la capa de ozono y el metano y amoníaco que genera la ganadería.
Además, el modelo productivo convencional utiliza el paquete tecnológico –que incluye semillas transgénicas, agrotóxicos y monocultivo– para producir alimentos. Bajo este sistema, se dedica la extensión disponible de tierra al cultivo de una sola planta, lo cual ha mostrado múltiples consecuencias, como aumentar la incidencia de plagas y malezas, incrementar los costos de producción, pero principalmente reducir la calidad de los suelos y la biodiversidad.
Por tal motivo desde CAUCE, promovemos diversas prácticas sustentables como una agricultura de conservación y la ganadería regenerativa, buscando reducir de esta manera las emisiones de gases de efecto invernadero y contribuir a la solución de la crisis ambiental actual.
La ganadería regenerativa consiste en recuperar los procesos vitales de los ecosistemas con el herbívoro como principal herramienta.
Es un manejo ganadero que imita la naturaleza, regenera los pastizales y los suelos, genera capital biológico, utiliza bajo a nulo nivel de insumos y genera capital social y económico.
La ganadería regenerativa convierte a los pastizales en “Bombas de Carbono”, que secuestran toneladas de CO2 atmosférico, lo que coloca a los productores como parte de la solución al cambio climático.
Suelos sanos, alimentos sanos
Diversas investigaciones realizadas en Canadá, Finlandia, Argentina, entre otros países, han demostrado que los alimentos producidos de manera intensiva tienen un aporte de nutrientes más bajo, principalmente de vitaminas y minerales (PAIVA, 2021). Un estudio realizado por Rutgers University comparó hortalizas producidas de forma convencional y producidos de forma ecológica y encontró que las verduras cultivadas de forma convencional tenían un 87% menos de minerales (calcio, magnesio, potasio, sodio, manganeso, hierro y cobre) que las cultivadas ecológicamente sin químicos. Esto permitió llegar a la conclusión de que cuando las personas consumían las verduras cultivadas de forma convencional obtenían solamente el 13% de los minerales que cuando eran ecológicas.
Por otra parte, estudios del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA por su siglas en inglés) señalan ciertos descensos, en varios nutrientes esenciales, de entre el 6% y el 38% entre 1950 y 2004.
Un equipo de la Universidad de Valencia, en España, muestra junto a laboratorios de investigación alimentaria de otros países cómo en 40 años…
-El brócoli perdió el 73% del calcio
-La papa perdió la mitad del magnesio y casi el 80% del calcio
-La banana redujo el contenido de potasio en un 95%
-La manzana perdió 60% de la vitamina C y la frutilla el 87%
-La zanahoria perdió la mitad del hierro
Estos estudios reflejan claramente la pérdida de nutrientes del suelo, resultando en alimentos de menor valor nutricional, lo que genera importantes problemas de salud pública como desnutrición y anemias.
En conclusión, una mayor intensificación del uso del suelo, en ambientes de creciente fragilidad ecológica e inestabilidad climática, son la principal causa de la degradación ambiental. Por ello, es urgente implementar medidas de prevención y mitigación de la desertificación.