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Encuentro de Agroecología en Colón

Informe reunión agroecología 4 y 5 de agosto, Colón, Fundación Arbolar (PROGRAMA Humedales  Sin Fronteras). Participantes: Taller Ecologista, FARN, CAUCE (Cultura Ambiental-Causa Ecologista), Casa Río, Fundación Arbolar.

Memoria narrativa

El pronóstico del tiempo falló: la mañana fría y brumosa no se parece en nada al anuncio de cielo despejado y promesa primaveral. El invierno se estira, también, en la costa del Uruguay y afirma su influjo en la zona rural, donde se encuentra el espacio educativo que se mimetiza con el monte y lo integra, en una confluencia-como diría Martín- de reinos.

Cuando llegan en las primeras horas de la tarde a la experiencia educativa que ofrece Fundación Arbolar, antes que nada, los niños saludan a las lechuzas, vigías atentas del paisaje, sobre los postes que flanquean el ingreso. Después eligen sus tareas del día, ante la presencia de los maestros que observan y aprenden de la dinámica que ellos proponen. Acuerdos y límites son pilares de una tarea diaria que busca acompañar un desarrollo autónomo y feliz en armonía con esos otros reinos, donde coexisten animales, árboles autóctonos, plantas, insectos, todos, bajo los cielos transparentes del invierno.

Pero este sábado no hay niños en Arbolar sino adultos. Venimos de Paraná, de Ensenada, de La Plata, de Rosario, de Monte Vera, de Ciudad de Buenos Aires y de aquí nomás, de Colón.  En una ronda, como un anillo o una pelota, pero a escala de unas 20 personas que se miran y se reconocen,  da inicio la primera jornada de intercambios que tendrá su continuidad el domingo.

Entre los participantes hay historias disímiles. Caminos que se cruzan en la gestación de una red que pueda tejer una alternativa frente a prácticas e ideas que interpretan y fabrican una visión de región como materia prima de la ventaja. En ese enfoque, los ríos son canales de transporte, la tierra una manta química para abrigar la soja y las personas que sueñan aquí, recursos que cooperan para la extracción en sus diferentes modos.

Venimos a la paz del monte, entre murmullos de aguas y aleteos silvestres, para intercambiar saberes y caminos que permitan visualizar otra forma de pensar una región hasta hoy sembrada por un sentido unánime de ganancia. Pensamos en otro tipo de ganancias, donde se contempla la salud de las personas y los territorios. Donde lo que se abrigue no sea el monocultivo, sino un armónico proceso de vida.

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Dos productoras dedicadas a la agroecología en la provincia de Santa Fe van a revelar una trama de esfuerzo, conquistas y carencias aún en la abundancia que convida la tierra. Una productora y su compañero, ya con un nivel de especialización en la producción de alimentos saludables, remontan una historia de confianza que viene desde La Plata. Un referente de la organización Unión de Trabajadores de la Tierra busca nuevas alternativas en el intercambio y activistas ambientales de mucha trayectoria confluyen aquí para coincidir en un sendero que se ensanche de posibilidades, con la vocación de abrir espacios y territorios vastos hacia una conciencia agroecológica.

Hay, en esta guarida del monte, personas jóvenes que se incorporan a una tarea que requiere-se aclara desde el comienzo- horizontalidad, trabajo, escucha y aporte creativo, ese que baila en el aura de esos niños que hoy no están aquí, aunque de algún modo estén.

Daría y Carmen viven y trabajan en Monte Vera, una localidad próxima a la capital santafesina. Carmen desarrolla y aprende la tarea en una pequeña parcela de una hectárea junto a su hermana y Daría se divide las obligaciones con una familia más numerosa que arrenda cuatro hectáreas por la misma zona, en jornadas que comienzan a las 3 de la mañana y sólo se interrumpen en las pausas de las comidas del día. Ella recién almuerza a las 5 de la tarde, cuando toca el descanso de todos.

Delina ya es técnica de la Cotepo, el Consultorio Técnico Popular de la Unión de Trabajadores de la Tierra y tiene en sus palabras la contundencia de una comprobación: vive la experiencia agroecológica y las manifestaciones de sus resultados. En la salud, en la posibilidad de crecer y expandir un modo de hacer. Cuando empezaron tenían apenas 15 hectáreas, pero al poco tiempo el territorio creció exponencialmente y hoy no se puede contar con certeza, porque los campesinos –explica ella- vienen, aprenden y replican el modelo en un contagio que se propaga sin que puedan visualizar aún la totalidad de su alcance.

Lo que falta conseguir, coinciden las tres, es la propiedad de las tierras. Arrendar, en la mayoría de los casos, es un límite infranqueable y una trampa: los contratos, que fueron alguna vez de cinco años y bajaron luego a dos, hoy en día se renegociacian con límite a seis meses. El proyecto agroecológico, acuerdan, necesita otra cosa: tiempo y paciencia. Ellas garantizan el esfuerzo.

En el hexágono de paredes de barro y techo de paja que construyeron los integrantes de Arbolar hace ya más de un año, la reunión gana en matices e intercambios. Eduardo Spiaggi ofrece de modo muy concreto los avances del modelo de monocultivo y la conversación se filtra hacia aspectos que las sociedades han ido adquiriendo por la corriente del miedo.

En los márgenes de la autopista Santa Fe-Rosario, se menciona, por decisión de las autoridades, se conserva la flora autóctona con la mínima intervención posible. Pero no han sido pocas las veces que los automovilistas presentaron quejas por el desorden que la naturaleza expresa. Si bien de algún modo es risible, la anécdota no causa gracia aquí y da lugar a observar  el concepto de asepsia que gana los hogares, la publicidad y el enfoque de los ciudadanos y ciudadanas. La idea de limpieza, de pulcritud, el verde homogéneo, tiene un orden que se aleja de la vida: el orden de los cementerios.

“Si encuentra un bicho, señora, es la garantía de que la verdura que le he vendido no tiene ningún veneno”, explica Delina, a veces, cuando una consumidora se espanta por la presencia de una lombriz entre las hortalizas.

Cómo visibilizar el trabajo agroecológico, cómo promover en el territorio las experiencias que aquí se conversan, de qué modo extender una práctica que puede ser vital y decisiva para defender las áreas de humedales amenazadas por la agricultura extensiva y los emprendimientos inmobiliarios. Ahí está buena parte del foco que impregna  las conversaciones del sábado y el reencuentro de un domingo, ya luminoso, ya cálido, ya al aire libre en el monte donde crece un foco educativo en Colón.

La idea que va ganando el espacio es ir hacia los territorios señalados.

Valeria Enderle, de Fundación CAUCE, plantea viajar a Monte Vera, visitar otra experiencia en Berisso, divulgar lo que se realiza en Entre Ríos y conectar un esfuerzo con otro. “Por qué si Ramón sabe que alguien está haciendo el mismo esfuerzo que él, aunque ese alguien esté distante, Ramón ya no está solo”, dice uno de los participantes. Se trata, dice Valeria, en resumen, de reunir, de combatir la soledad, de tejer lazos.

Ese es un primer bosquejo de resultado. Convenir que la agroecología es el espacio común para proteger la tierra, defender los  humedales, garantizar  alimentos verdaderamente  saludables y poner freno a los negocios que prescinden, en sus cálculos, del bienestar y los derechos de las personas y de la naturaleza. Pero hay una necesidad, además, de comprometerse con los problemas de aquellos que llevan adelante la promesa de la agroecología, de coordinar esfuerzos para que las autoridades atiendan los señalamientos  y los problemas que necesariamente deben resolverse para seguir adelante. Uno de ellos es la propiedad de la tierra, un bien imprescindible para trabajar, para unir y crecer.

“Nosotros ya sabemos que si le damos a la tierra, ella nos devuelve el doble y más. Creemos en la Pacha, creemos en ella”, dice Delina y plantea que “sin tierra no hay agroecología”.

Alejandro se pone de pie, dibuja el Valle Central de la Cuenca del Plata en una pizarra, habla de los propósitos del programa y de lo importante que resulta  analizar quién diseña los territorios. La pregunta tiene, en su interior, una propuesta vital: crear los encuentros que sean necesarios para afianzar las redes de las prácticas sensibles que ayuden a diseñar y ampliar estos territorios, sembrados  sin venenos, con ríos libres de represas que amenacen y mujeres y varones comprometidos, como Delina, como Daría, como Carmen, con la Pacha y con el agua.

El mediodía del domingo ya entra en el modelo de la siesta, con murmullo de monte y un sol cegador y cargoso que invita a entornar los ojos y dejar que transcurra el silencio, como un curso de agua que arrastra los deseos y los dora de brillo cristalino. El encuentro entra entonces en una pausa, donde cada uno de nosotros iremos volviendo a casa, aunque ya de otra forma, ligeramente distintos, con otra noción de la tarea, con otra confianza.  Del mismo modo, en Arbolar también queda un germen dando vuelta, otra compañía.

Mañana, felizmente, será lunes.

 

Julián Stoppello

Fundación CAUCE

 

 

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