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Opinión

Bosques, dendromasa y recursos naturales: el poder de lo invisible

Walter A. Pengue, MS, PhD (*)

www.walterpengue.com

Quizás más recientemente, la especie humana y en especial los miembros congéneres de nuestra población argentina, comenzaron a sentir, con mayor intensidad los resultados de la imprevisión y de la escasa preparación técnica y política, para enfrentar los cambios ambientales existentes. Y en especial, sus consecuencias.

No haremos un recuento de tales “maldiciones” de la naturaleza, muy atribuidas especialmente a esta, por la incompetencia permanente de nuestros decisores de políticas pero si es importante destacar la perplejidad que nos hacen sentir, frente a la impericia demostrada en el manejo integral de los bienes naturales.

Argentina, un país como dijo hace años el ecólogo Jorge Morello, terminal y desigual, se debate en la incertidumbre generada frente al manejo coyuntural de sus recursos naturales. Y en especial, en virtud de la escasa mirada sobre el “valor integral” que tales bienes y sus servicios implican para la sociedad. Bienes que al ser degradados, generan costos económicos y sociales enormes. Y que seguramente serán aún, muchísimo más altos.

Esto implica varios flancos ambientales abiertos por igual, que implican a su vez una secuencia permanente y creciente de conflictos ambientales. Conflictos sociedad-naturaleza. La agricultura industrial y en especial la monocultura sojera, han sido especialmente en los últimos 20 años, el mascarón de proa con el que se promovió la expansión de un modelo rural, totalmente insustentable.

A poco que se mire, el principal impacto producido por estos modelos deviene en el uso intensivo de los recursos de base. Esto es: suelo, agua y biodiversidad.

Y es allí, en los cambios en el uso del suelo y en especial en su intensificación y los cambios producidos sobre este y todos los recursos naturales vinculados (sistema llamado “Nexus”), es dónde es importante nuevamente generar una alerta importante. Tierra, suelo, agua, energía y biodiversidad son recursos naturales limitados. Acotados. Mal que pese pensarlo así, “finitos”, en especial, cuando son tremendamente mal manejados.

Los cambios de uso del suelo, en especial, aquellos que implican la pérdida de sistemas ambientales prístinos o el manejo sensible de los agroecosistemas en áreas frágiles, son de una relevancia tal, que superan ampliamente, la mera mirada economicista. El economista mira el valor crematístico de la cuestión, pero no percibe “la calamidad”, hasta que esta se convierte en terrible costo, que no ha comprendido y menos valorado, previamente.

Si la monocultura sojera (o maicera, o algodonera, o arrocera…), es un drama para el ambiente, el potencial de transformación de recursos básicos, dado por la implantación de una plantación, es también enorme.

Las plantaciones, en especial aquellas manejadas en grandes escalas, generan un dendrodrama socioambiental creciente.

 

Generalmente, el reemplazo del bosque nativo por estas o por la agricultura industrial, implican la pérdida enorme de un conjunto notable de servicios ambientales. Los intangibles ambientales, los “Invisibles” que tiene el sistema natural, son enormes y son los que han dado estabilidad y sustentabilidad a sistemas sociales enteros.

Cuando se acabó el bosque, se acabó la civilización, que se nutría o lamentablemente abusaba de él. La historia humana es frecuente, abundante en estos resultados. Civilizaciones enteras han desaparecido, dejando solo monumentos, cuando se “comieron” sus bosques.

Hoy en día, los relictos del quebrachal, del algarrobal, del caldenal, o del ñandubaizal, “valen mucho”. Valen por ser escasos, y valen por los enormes servicios que siguen dando. El agua que sobra es el bosque que falta.

Cuando solo a modo de ejemplo de una rica provincia como Entre Ríos, recordamos al Distrito del Ñandubay, componente importante de nuestro Espinal, debemos muy en cuenta que estamos frente a una zona “buffer”. Sensible. De estabilidad y circulación de especies relevantes y hasta folklóricamente recordamos que también estamos frente a la “Selva de Montiel”.

A poco que se mire, una década atrás, un serio conflicto ambiental por la instalación de plantas papeleras (pasteras) en el vecino Uruguay, generaron una reacción social y solidaria en todo el país. El conflicto socioambiental crecía. Pero también algunos alertaban sobre la expansión de un modelo, de las cuales las plantas pasteras, serían solo una boca que se nutriría de miles y miles de hectáreas de “nuevas plantaciones” que aún siquiera existían. El problema no era solamente la planta, sino el modelo territorial y de “subdesarrollo sustentable” que ello implicaba. Y pensar en la dendroenergía, también implica un enfoque similar.

Hoy en día, puede verse con mucha preocupación que, en Entre Ríos, la legislatura provincial pretende sancionar, con aparente aún escasa información y limitado bagaje científico técnico y de valoración integral de los recursos involucrados, un llamado “Plan Maderero Entrerriano (2017)”, que implicaría simplemente una expansión de plantaciones, esto es de la monocultura de árboles. Una situación que, teniendo especialmente en cuenta la rica biodiversidad involucrada, la estabilidad de los bosques, el manejo integral de recursos de base como el suelo y el agua y la creciente y muy posible conflictividad socioambiental pueden poner en riesgo, de no analizarse integralmente, la estabilidad del sistema socioambiental básico.

Tales acciones necesitan ciertamente de una mirada y planificación integral del territorio y no sectorial, con la participación amplia de los sectores científicos y técnicos más destacados de la provincia, la sociedad civil y todos los actores involucrados para, bajo un enfoque y mirada multicriterial por encima de la perspectiva económica, puedan ayudar a sostener e incluso promover acciones de mejora social, ambiental, económica y cultural de un espacio único.

Ayer la sociedad no percibía las enormes bondades que le brindaban la naturaleza y sus servicios ambientales. Los modelos rurales industriales generaron cambios profundos y nuevo conocimiento referido a lo sucedido cuando estos se cancelan. Hoy, ya son identificados, cuantificados y los científicos han advertido claramente sobre el “valor de los “invisibles”. El futuro, dará cuenta de quienes ponderaron estas nuevas situaciones y las incorporaron en valor integral, en sus cuentas provinciales y nacionales.

 

(*) El autor de la nota es Ingeniero Agrónomo (con especialización en Fitotecnia (Mejoramiento Genético Vegetal) (UBA) y Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales de la Universidad de Buenos Aires, UBA, Argentina.

Doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural (Universidad de Córdoba, España, UE). Director del Programa de Posgrado en Actualización en Economía Ecológica. Coordinador del Área en el GEPAMA, FADU, UBA.

Profesor Titular (por concurso) del Area de Ecología, línea Economía Ecológica, Universidad Nacional de General Sarmiento. Instituto del Conurbano.

Miembro Científico del Panel Internacional de los Recursos (Resource Panel) del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP/PNUMA) y Cochair del Grupo Suelos Global.

Miembro del IPBES – Intergovernmental science-policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES)

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