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Hice lo que quise

“El amor al río, a sus costas, a sus islas, a los humedales del Paraná se refleja en mí”. Así comienza una carta que Blanca escribió para Baqueanos del río, organizaciones ambientalistas y Cuidadores de la Casa Común. Blanca escribe lo que siente, es una de las primeras cosas que me cuenta sobre ella. Por Ana Lucía Vergara.

Blanca Carmen Colliard, con “la libertad que tenía”-como dice ella-, eligió el amor, el barro y el río. Lo eligió a Antonio Arsenio Kruger, un pescador, y se fue a vivir a la isla: «entre la Isla Santa Cándida y la Isla Berduc, del lado de Santa Fe, en la ruta 168. Viví de espalda a la ciudad, yo venía de una clase media y después me marginaron, me despreciaron por ser la esposa de un pescador. Me enamoré y viví cosas inauditas: andar descalza, en un rancho, padeciendo cosas. Mi familia no quería eso para mí, pero yo lo decidí”.

Un rincón lleno de cactus

Esquina de Simón Bolívar y Neuquén. Blanca está parada bajo la sombra de un árbol, con postura de guardiana. Después se acerca al auto y espera que le pague al taxista. Ella observa todo y yo siento su energía como una madre que protege a su cachorro. Me bajo, nos abrazamos y caminamos hacia su casa.

En el trayecto me cuenta sobre los años que lleva en el Maccarone, sospecho que lo hace para borrar el estigma de inseguridad que pesa sobre el barrio y yo la interrumpo para celebrar las flores fucsias de una Santa Rita que se abraza a una pared. Nos metemos por una callecita, nos quejamos del calor y de lo fuerte que pega el sol a esta altura de la mañana.

Llegamos a su hogar: una mesa en el medio del patio, un cuadernillo, el mate, un libro y sus anteojos. Estamos rodeadas por plantas.“Espero a la noche, que es el momento en que vuelve el agua al barrio y las riego a todas. Justo tengo ese foco -dice mientras señala- que me deja ver. Igual, conozco todo de memoria”, aclara Blanca.

Le pregunto si puedo grabar, «para que no me engañe la memoria». Ella no tiene ningún problema. Ubico el teléfono y comenzamos a conversar. Enseguida la cumbia del vecino, yo acerco más el aparato: quiero escucharla.

“Fui esposa de un pescador, soy madre de hijos pescadores, soy una simple ama de casa que viví 29 años en la isla acompañando a mi pescador”, es la primera descripción que hace de sí misma. Blanca es madre de seis: cinco varones, una mujer. Tiene veintidós nietos y cuatro bisnietos. “He pasado un montón de cosas, mucho sufrimiento, pero es la vida que elegí. Me gustó, estaba bien”.

Entre esas cosas que pasó en la isla: el tornado de San Justo en 1973. “Y al otro año, una cola de tornado que arrasó también la zona. Pero a mí no me tocó, a mi rancho no lo tocó -aclara-. Mi pescador estaba en el río y lo echó a pique como mil metros. Yo no sabía si estaba vivo y él tampoco sabía si yo estaba viva -agrega entre risas. Un sufrimiento bárbaro. Al otro día era una desolación, porque la balsa la sacó a tierra, un equipo se cayó al agua y nunca más lo encontraron. La lancha estaba incrustada entre los sauces, porque las olas superaban las copas de los árboles. Era un infierno, pero sobreviví y acá estoy”, dice Blanca y vuelve a reírse.

La oveja negra

Blanca cuenta que vivió situaciones de maltrato. Primero de su abuela: “yo no conocí eso que suelen decir del amor de abuela” y después, cuando la enfermedad estaba muy instalada en el cuerpo de Antonio, también. “El cigarrillo, las humedades del río, la mala vida, fueron deteriorando su salud”. 20 años estuvo enfermo, 20 años lo cuidó.

El padre de Blanca murió de cáncer, cuando apenas tenía 39 años. Según ella, es algo familiar, porque sus tíos también terminaron muriendo de algún tipo de cáncer. Fue entonces que su mamá quedó a cargo de siete hijos. Eso cambió el mundo de Blanca, a ella le tocó ir con su abuela paterna: una española racista y severa, que discriminaba a su madre por morocha. “Fui como una criada, no tuve ese cariño de abuela. Me castigaba por no explicarme”, recuerda.

A los 12 pudo volver a vivir con sus hermanos, fue hermana y un poco madre. Ahí descubrió la libertad y fue lo que quiso ser. A sus 17 ya estaba enamorada de Antonio, entonces rompió un compromiso previo y decidió seguir a su pescador. “Iba a la escuela y después dejé porque estaba embarazada. La sociedad me discriminaba, fui la oveja negra de mi familia. Hasta llegaron a decir que mis hijos no eran nietos, no eran sobrinos, no eran nada porque yo no estaba casada, no me había ido de casa como correspondía. Antes era así, yo tenía que dar el ejemplo y no lo di”.

Blanca confiesa que muchas veces tuvo que bajarse para estar a la misma altura que Antonio: él no sabía leer. Su única escuela fue el río. Y ella aprendió ese lenguaje: construyeron una forma de comunicarse en lo cotidiano, en el rancho, en el agua.

Después de muchos años juntos, Antonio muere. Es 2011 y ella decide retomar un sueño: terminar la escuela. Se recibió con el mejor promedio. Los profesores insistieron en que siguiera una tecnicatura. Ella dice que era hasta ahí, que «sólo quería terminar la secundaria».

Más tarde, Blanca recuerda que también pudo escaparse de otra cuestión que azotaba a su familia: la muerte, o mejor dicho, el suicidio. Uno de sus hermanos terminó su vida a los 18, ella lo encontró. Tiempo después, otro de sus hermanos tomó la misma determinación. El rumor :“todos en mi familia iban a terminar muertos o ahorcados, pero yo no; Dios me dio la vida, que me la quite él”, expresa.

Río: amor eterno

Blanca en el presente. «Mi sueño es viajar a Francia, de donde vienen mis antepasados». Otro de sus deseos es publicar un libro con sus poemas, letras marcadas por sus vivencias y el amor al paisaje. Ella escribe porque hay cosas que no puede expresar de manera oral, dice que en la hoja encuentra el modo.

“Ahora estoy en Cuidadores de la Casa Común, Baqueanos del Río no continúa por cosas económicas que todavía no tenemos. Yo estoy como cuidadora, acompañando a los jóvenes, es una reconversión laboral. Los acompaño, les doy apoyo y ellos me reconocen como una figura”, expresa con orgullo.

El proyecto Cuidadores de la Casa Común nace en Argentina a finales de 2015 como respuesta a la Carta Encíclica Laudato si del Papa Francisco. Se trata de una red de organizaciones sociales y comunitarias que busca generar condiciones de integración para jóvenes en situación de vulnerabilidad a través de la formación y oportunidades de trabajo digno en actividades vinculadas a la producción de alimentos saludables, el trabajo con la tierra, reciclado, promoción ambiental y generación de energías limpias.

En Paraná realizan distintas actividades en el Barrio El Volcadero (San Martín), una de ellas consiste en cuidar y visibilizar los humedales del río Paraná a través de recorridos guiados que muestran su vegetación, aves, peces, insectos y otros bichos que lo habitan.

“Estamos en los humedales que son maravillosos. Integramos una entidad ambientalista abierta, cuyo fin es proteger, preservar su patrimonio biológico y la cultura tradicional de los hombres del río. Esto nos da alegría, sustento y paz. Soñamos con que algún día será declarado patrimonio nacional y cultural de toda la humanidad”, dice un fragmento de la carta firmada por Blanquita, baqueana del río y cuidadora de la casa común.

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